miércoles, 2 de noviembre de 2011

La magia de la naturaleza

El cielo estaba despejado, se veía la resplandeciente luz que emanaba la luna llena, el brillo de las estrellas que le hacían compañía, definitivamente el cielo nocturno se veía mucho mejor que en lugares rodeados de luz artificial creados por el hombre, si con esas luces el cielo me enamoraba, ahora me encontraba perdidamente enamorado de él... era magnifico, había tantas estrellas que apenas lograba distinguir cual era el cinturón de Orión o la cruz del sur.

Eso me llenaba de tanta pero de tanta paz, que decidí caminar en aquel lugar, donde no encontraba nada más ni nada menos que arena, era como estar en los desiertos de Sahara. Comencé a caminar tocando con mis pies la arena y sintiendo sus pequeñas piedrecillas en la planta de mis pies, y lograba sentir el poco calor que habían acumulado del día proporcionado por un irradiante sol de verano. Al principio yo sentía que tenia ropajes, los sentía en mi piel, escuchaba su sonido, y sentía sus ondas provocadas por la suave brisa, pero a medida que iba caminando comencé a despojarme de esas telas que cubrían mi cuerpo, quería sentir la cálida luz blanca que me daba la luna en mi piel, y en el trayecto de mi silenciosa caminata iba desprendiendo una por una esas ataduras y liberándome de aquello que no me dejaba sentir las caricias de la brisa y calor de esa luz nocturna.

Camine y camine sin cansancio, solo escuchaba mi respiración, el latir de mi corazón, y el crujir de la arena ante la presión que ejercían mis pies al tener contacto con ella para poder avanzar, esa paz que sentía era intensa, por fin comprendía la frase de mi profesora de geografía “escuchar los sonidos del silencio”, era maravilloso, era de ensueño, sentía mi alma en paz y mi cuerpo trabajando en completa armonía y coordinación. Ya no sentía esas ataduras en mi cuerpo, sino que logre sentir esas cosquillitas y erizados de piel provocadas por los susurros del aire, me sentía completamente en una perfecta relajación .

De un momento, como una serpiente se desprende de sus escamas para cambiar por unas nuevas, mi cuerpo comenzó a reaccionar como ese fenómeno natural, la tela suave que se encuentra cubriendo mi carne comenzó a desprenderse suavemente cayendo al suelo, sentía como tiraba, pero no sentía dolor, sentía liviandad por cada centímetro que se iba desprendiendo de mi, hasta caer muerta en la arena, mientras debajo de ese manto crecía uno nuevo a la misma velocidad que esta descendía. Me sentía feliz, sentía cada vez más relajación y liviandad. Esto se produjo una y otra vez, repetidas veces, no sé cuantas pero tampoco me importaba, me sentía llena y feliz mientras esto ocurría, iba dejando un trayecto de pieles en la superficie terrestre.

Paulatinamente esa arena seca, sin agua, comenzó a sentirse húmeda, y al tiempo ya no era arena sino que era tierra, la brisa se trasformo en suave ventisca con hojas danzando librante en el aire, eso me dejo impactada, la naturaleza es tan maravillosa, pero me impresionó mucho ya que yo me encontraba en un desierto, sin árboles, sin agua, sin nada más que cielo y arena, por esa razón me entro curiosidad, ¿acaso había caminado tanto y no me había dado cuenta?, no, no podía ser eso, seguramente la naturaleza me estaba dando demostración de magia, asi que por esa razón, voltee muy lentamente con los ojos cerrados, escuchando y sintiendo todo a mi alrededor, no quería dejar de disfrutar de ese hechizo en el que estaba sumergida. Cuando ya había dado un giro de 180º abrí los ojos lentamente sin apresurar nada, sin dejarme influenciar por la curiosidad, no quería dejar de sentir, cuando los tuve totalmente abiertos de par en par, me dedique a enfocar poco a poco mi vista en todo el paisaje que se encontraba en frente de mí, eso me dejo asombrada, era algo que jamás se me hubiera cruzado por la cabeza, era algo que me dejo con la boca abierta, mirando a todo mi alrededor, deteniéndome en cada detalle.

Lo que vi era un camino de árboles desde muy lejos, los más alejados se encontraban sobre la arena, eran altos, con grandes copas de un hermosísimo verde, y a medida que se iban acercando eran más jóvenes, mas flaquitos, con una copa cada vez más chiquita, llegando cada vez más cerca naciendo ya en la tierra. Cuando llegue al más pequeño, al que tan solo era un brote, me detuve unos cuantos minutos o quizás horas observándolo como crecía, tomaba altura lentamente, pero no nacía de la tierra, sino que nacía de los pedazos de piel que yo iba dejando caer, florecían de allí, estirando sus raíces por el terreno y aferrándose a él, cobraba fortaleza, altura, anchura, color, y lo mismo estaba sucediendo con el pellejo que abandone hace unos pocos minutos, antes de detenerme a observar que era lo que estaba pasando en ese espacio que parecía fuera de la realidad. Eso fue maravillo, ver crecer a algo que tiene vida, me izo sentir eso que te da alegría, felicidad, esperanzas, fuerzas, etc. Y tome la decisión que en ese momento me parecía la más adecuada, acostarme a mirar el cielo rodeada de todos esos seres con vida que me acompañaban en la hermosa velada, y yo hacer lo mismo con ellos, para verlos crecer, madurar, y también como forma de agradecimiento por haberme dejado experimentar tan inexplicable sensación.

Me recosté en el suelo húmedo, acariciando las hojas del joven árbol que crecía a mi lado, mirando las estrellas, comenzó a salir el sol, era un amanecer espectacular, le dedique una sonrisa y un asta pronto a la luna y cerré mis ojos para que el calor y el brillo del sol se apoderaran de mi.

Sentí que había perdido la conciencia por un mar de minutos, porque cuando abrí los ojos, no me encontré con ese bello y majestuoso paisaje, sino en un lugar con paredes blancas, un foco de luz en el centro del techo, y unas sabanas blancas cubriéndome, sentía que llevaba ropas puestas, comencé a pensar que alguien me había encontrado y llevado algún refugio de allí.

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